Este blog forma parte del proyecto narrativo Cuéntalo Todo, bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

domingo, 4 de noviembre de 2012


No son como “ratatouille”

Ayer mí mamá decidió ir a casa de mis abuelitos. Justo cuando íbamos abriendo la puerta los perros salieron corriendo despavoridos, al parecer algo los había asustado bastante.

Pero nos llevamos una gran sorpresa. Mi abuelito intentaba atrapar a un pequeño ratón que corría sin parar por todo el patio. Debo admitir que al saber el motivo de porque los perros huían, yo hice lo mismo. No supe ni como, pero termine arriba del auto de mi tío.

Tales fueron mis gritos que todos los inquilinos salieron para ver que sucedía. Todos cerraron ventanas, puertas o cualquier huequito por el cual pudiera entrar el escurridizo ratón.

No podía dejar de gritar, mirar a todos lados y patalear ¿como si ese pequeño bribón me fuera a alcanzar? Debí de haber causado una que otra carcajada a los presentes.

Lo curioso es que  más tarde en subirme al auto, que en lo que mi mamá ya tenía una escoba en sus manos. En menos de cinco minutos se armó un pequeño ejército para combatir a ese mounstro de cuatro patas.

Todos ya tenían en sus manos escobas, jaladores y cuanto más se encontraron a su paso. En seguida comenzó la intensa  lucha de seis contra uno. El ratón se encontraba en desventaja respecto a cantidad y audacia, pero no en rapidez.

Todos gritaban: “a la derecha, no mentira a la izquierda” “al otro lado, se fue para el otro lado” “¡chin! Ya se te fue” “pégale, pégale” “ándale ahí ya lo tienes”.  

Realmente era un caos todos corrían de un lado a otro. Se escuchaba el eco de los escobazos chocando contra el piso, pero sobre todo mis gritos.

De repente el ratón trepo por un árbol. Soltaron un escobazo. ¡Chin! Brinca en el brazo de mi abuelito. En el intento de quitárselo hace un baile medio raro (las cosas comienzan a ponerse interesantes). Se sacude y un poco mareado caí el ratón. Todos corren. ¡Tras! El escobazo final y muere la cosa peluda.

 Fue una gran alegría. Pero lo que en verdad me sorprendió: fue como mi mamá se transformó en un tipo tortuga ninja. Mínimo ese ratoncillo se llevo dos que tres golpes proporcionados por ella.

Ahora entiendo porque siempre le habló para que me salve de una que otra patona peluda o algún bicho escurridizo, y porque no hasta del coco si es posible. Ante este  lío por cierto bastante gracioso, deje de sentir simpatía por los ratoncitos. Es que hasta ahora descubrí que ninguno es como ratatouille.

 

 

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